miércoles, 24 de abril de 2013

Mi Historia, Parte 2: De la insufrible decepción de mi madre

¿Donde estábamos?

¡Ah si! Entré a Medicina, y después de 2 maravillosos años de materias de ciencias básicas, vino el inevitable cambio: las materias clínicas.

En realidad las materias clínicas no fueron tan malas, pero si me dieron el primer indicio de que quizá estaba en el lugar equivocado. Eso de ir a los hospitales, revisar pacientes, hacer casos clínicos y demás, pues supongo que era interesante, pero estaba muy lejos de ser lo mío.

Igual terminé las clínicas, y vino el verdadero fin entre yo y la clínica: el fatídico internado. He de recalcar que mi hospital no era, pero ni remotamente, un hospital de guerra; hice mi internado en el Hospital Español de la Cd. De Mexico, que para quienes no lo conozcan, es un hospital privado bastante, bastante fresa; yo soy el primero en aceptarlo. Y sin embargo, a pesar de eso, hacíamos guardias ABC, y cuando llegaron las primeras guardias, la clínica y yo dejamos de ser amigos.

Sé que esto es algo que solo los médicos y otros profesionales de la salud, como las enfermeras, entendemos; para mi, explicarle a mis amigos ingenieros el concepto de que es lunes, llegas desde las 8 y sales del hospital hasta el martes a las 3, simplemente no les entraba. Todos entendemos el concepto: nuestro hemisferio izquierdo rápidamente hace un par de cálculos, y emerge victorioso con la respuesta: 31 horas seguidas. Sip, ¿y luego? Es mas o menos como ir de aquí a Tailandia, ¿no?

Si, mas o menos. Solo que aquí, el miércoles trabajas en Tailandia de 8 a 3, y el Jueves vuelves a volar de regreso; otras 31 horas. Y el sábado descansas, pero el domingo vuelves a volar a Tailandia; otras 31 horas. Con la excepción de que aquí no hay películas, no hay cenita con vino, y no duermes. Y así, durante todo un año.

¿Estamos de acuerdo en que nadie en esta vida va y viene a Tailandia de 2 a 3 veces por semana?

En este momento es nuestro hemisferio derecho el que se retuerce de pensar en este calvario. Y creo que por eso solo lo entendemos nosotros; porque lo vivimos. Si no lo viviste, realmente no puedes saber lo que es. Porque llego el invierno, y por primera vez en mis, entonces, 25 años de vida, no pasé  Navidad con mi familia. Porque tenía guardias, y ellos salieron del país porque mi hermana estaba a punto de parir, pero mi papa se quedo para que yo no estuviera solo todo ese tiempo. Y por supuesto tampoco estuve en el nacimiento de mis sobrinas. Esa fue una lección que nunca olvidare; la Medicina separó  a mi familia.

Ese fue el problema mas básico y esencial que yo tuve con la clínica; el simple hecho de pensar vivir así durante 4 años seguidos, o más, para obtener una especialidad, fue más de lo que mi pobre hemisferio derecho pudo soportar. En ese momento, hacer una especialidad dejó de ser una opción.

Y con esto llegue a una encrucijada muy interesante en mi vida; estaba a la mitad del internado, y definitivamente era un suplicio diario ir al hospital. Todos los días pensaba: "¿Y ahora que hago?" Nuestro siempre eficiente cerebro derecho deletreo las alternativas, y de entrada, eran mas simples de lo que pensaba. Primero tenia que decidir si seguir adelante y acabar Medicina, lo cual implicaría un esfuerzo sobrehumano de 6 meses para acabar el internado, y un año adicional de servicio social; o de plano dar marcha atrás, y volver a empezar otra carrera. Por un lado ya le había invertido mas de 4 años a Medicina, y solo me faltaba año y medio, pero por otro lado no era algo que me gustara, y mas allá  de terminar la carrera, ¿que haría después?

En un acto de fe, porque no tenia ninguna base para sustentarlo, pero fue mas un presentimiento del cerebro derecho, decidí terminar Medicina, y en ese tiempo ver como a qué me podía dedicar. No fue fácil, y creo que mi madre sigue en depresión, mas de 10 años después de que se enteró que su hijo menor iba a ser médico pero no iba a practicar.

A final creo que tuve razón; terminé Medicina, y nunca presenté el Nacional de Residencias. Desde ese momento nunca olvidé seguir mis instintos, más que mi razón, y no me arrepiento de haber estudiado Medicina. No he vuelto a faltar a una sola Navidad familiar, y aprendí que la Medicina es más que hacer clínica y tratar pacientes. Que no todos estamos destinados a pasar visita en las mañanas y a encerrarnos en un consultorio por las tardes. Quienes lo hagan y sean felices, me quito el sombrero; ustedes si son verdaderos héroes del espíritu humano, por todo lo que han vivido.

Pero habemos otros médicos, muchos otros, que no hacemos eso. No vemos pacientes, o no es nuestra actividad principal, y no pasamos visita. No tenemos ese "ojo clínico" que tenía mi abuelo.

Y no somos menos que ninguno de ustedes; sólo somos diferentes. Hacemos tantas otras cosas, que no es posible mencionarlas todas en este blog; pero lo vamos a intentar.

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